Atrás quedó aquel final de otoño en el que Ely me regaló un enclenque arbolillo (quizás por aquello de que “árbol mozo no se doma”), al que le debía asignar un espacio en el jardín.
Aquella diminuta cosa no merecía pala ni azada, por lo que me dispuse a dar punta de lápiz a una robusta estaca de roble, de la que habría de valerme para practicar lo que terminaría siendo el refugio de aquellos pelillos en forma de raíces. Tras “acariciar” varias veces el extremo romo de la estaca, gracias a la auxiliadora maza, dejaría abierta una generosa brecha, dispuesta a recibir a mi enclenque y familiar amigo. Con un poco de mantillo cerré la brecha y abandoné el lugar con escasas esperanzas de que mi acción acabara siendo exitosa.
Abrigando la duda, alguna vez me acercaba por allí interesándome por aquella cosita diminuta a la que, como queda dicho, auguraba dudosa supervivencia. Pero ¡sorpresa!; Llegó la primavera y aparecieron unas hojillas diminutas, desnutridas qué, a pesar de su aspecto debilucho, se les veía con ansiosas ganas de recorrer el penoso camino de la vida. Volvería otro otoño, otra primavera y así se iban repitiendo los ciclos. En cada paso observaba con asombro una evolución hacia la robustez que me impresionaba. Llegó un momento en que, aquel hijo tímido, se había convertido en un frondoso ABEDUL, capaz de protegerme de las furias de “Lorenzo”, en los cálidos días estivales. En otoño se despojaba de su multicolor atuendo, sembrando de cobriza hojarasca una amplia superficie a su alrededor que el invierno se encargaría de transformar en nutriente en su propio beneficio.
Allí sigue eufórico, caminando por la senda dela vida, de cuya frontera no me atrevo a hacer pronóstico. De lo que creo estar seguro es que llegará un día en que se paralizará el activo torrente de su savia, pasando a ser viruta, tarima, hoguera de un pastor aterido, atenuante de penurias en un gélido hogar o, vaya usted a saber; ya que del árbol caído……..
Una mañana, de las de mías melancólicas, me acerque a su tronco, color marfil y dándole una palmada de amigo, elucubré sobre el paralelismo que pudiera existir entre nuestras respectivas vidas: sobre la de él ya quedó atrás una semblanza, sin que exista el más mínimo rigor en mi elucubración. De la mía, solo puedo decir que seguiré observándolo; dialogando con él, porque es, de verdad, mi gran amigo y hasta me atrevería a decir: ¡que guapo eres hijo mío! Creo que ambos hemos tenido esa mano amiga, cariñosa y benévola que nos ha permitido alcanzar esta inacabada meta. Debo pensar que, a partir de ahora, seguirán las luces y las sombras traducidas en alegrías y sinsabores hasta que llegue ese momento de la lágrima bautismal que habrá de dar paso al inexorable olvido, porque nadie ni nada, en este mundo, es para siempre. Jgg.
Post realizado por nuestro querido Tío José Gómez (artecarracedo)
Que bonito!!! Que bien escribes tio. Me alegra saber que Ana tiene un hermanito 🙂
Que orgullosa me siento….es mi padre¡!