Recientemente me toco sustituir un aparato de estos que se han convertido en necesidad imperiosa en nuestros “avanzados” hogares.
Tal instrumento no había alcanzado su vida útil, según criterio estadístico pero……….falló. Decepción a la vista por aquello de tener que rascarme el bolsillo, además de las consabidas molestias. ¿Quién no ha sufrido decepciones con un viaje, un servicio, o con tanto aluvión material que nos circunda y que no ha cumplido con nuestras expectativas? Decepciones materiales de efímero recuerdo y que como tales, en la mayoría de los casos, no van más allá de tener que soportar un gasto inoportuno, acompañado del correspondiente malestar.
Cosa bien distinta es cuando se trata de personas de nuestro entorno, en cuyo caso el milagro material no tiene cabida. Ello es así por la recriminación de la conciencia que nos culpabiliza de no haber sido rigurosos en el análisis a la hora de otorgar confianza en la que debiera fundamentarse la noble relación.
Exigimos conductas y comportamientos a los demás y quizás tendríamos que ser cautelosos y exigirnos a nosotros mismos un rigor de análisis más justo y ponderado. Pensemos en los trillones de neuronas contenidas en nuestro cerebro, y que en su mayor parte permanecen en letargo a lo largo de toda nuestra vida. Muchas de ellas a la espera de una oportunidad para manifestarse; oportunidad que mucho tiene que ver con el transcurrir del tiempo y las diversas circunstancias que de él se derivan. A lo largo de mi vida me he encontrado con muchos casos que me hicieron dudar, por haber descargado sobre el otro desconfianza de forma exagerada, sin haber tenido en cuenta su condición evolutiva y mis propias limitaciones.
De ahí que ser cauteloso a la hora de otorgar confianza sea aconsejable, como también lo sea no excedernos en el grado de desconfianza que nos conduzca, a decepciones por excesivo de rigor.
Buenas noches amigos.
Jgg. 11/13
Post realizado por nuestro querido Tío José Gómez (artecarracedo)